“En la década de 1970, la plaza de las Glòries de Barcelona estaba definida por un un trazado viario destinado a los automóviles que la atravesaba en todas las direcciones, segregando espacios intersticiales destinados a islas verdes (y también muy marrones) en los que se esperaba que la ciudadanía encontrase un respiro de la tupida ciudad entre barreras de ruido, humo y velocidad. Probablemente en aquel momento el imaginario del futuro que se le esperaba a la ciudad fuese muy distinto al que realmente es hoy, cincuenta años después. Si hacemos un repaso rápido a la ciencia ficción o incluso a lo que algunos urbanistas dibujaron, la Barcelona del futuro debería estar repleta de coches y humo, luces de colores, pantallas gigantes y trastos voladores. Sin embargo, en la actualidad, este espacio es un enorme parque del que han desaparecido los vehículos, y donde han surgido árboles, flores y frescas sombras. El verdor se dispone por doquier a pesar de que hoy tengamos que lidiar con los primeros embates del cambio climático.
La ciudad del futuro actual que nadie imaginó es un jardín. La plaza de las Glòries, también sede del Disseny Hub Barcelona, parece exenta de tecnología: no vemos pantallas, ni luces de colores, ni mucho menos coches voladores. Tampoco los edificios parecen sacados de Nueva York, Tokyo o del Los Ángeles de Blade Runner sino de una versión más amable, menos dura, más doméstica y afable. Este nuevo trozo de ciudad, aunque no lo muestre en su piel, es el resultado del uso intenso de la computación, de las extensas redes de telecomunicaciones, de los satélites que diariamente radiografían la tierra, de la miniaturización de los componentes electrónicos (que entre otros han dado lugar a los teléfonos móviles) y de tantos otros más avances tecnológicos que han modificado como observamos y describimos el mundo a la vez que cómo decidimos y luego operamos sobre él.”